jueves, 5 de diciembre de 2013

Desde mi orilla

Voy a sonar cursi y me prometí a mí mismo hacer lo posible por no caer en esa trampa. Pero es un poco inevitable en este caso. Y es que lo mejor que puede decir un maestro sobre una experiencia de clase es que tenía ganas de que llegara el jueves para disfrutar de esta experiencia.
 
¿Qué es lo que tanto disfrutaba? Fundamentalmente, el clima familiar que se respiraba en la clase y que se dio, creo, casi desde el primer día. Y mira que no es fácil. Los alumnos en Tlaxcala, al menos en comparación con otros lugares e instituciones donde he dado clases, suelen ser algo retraídos, algo pasivos y opacos y por momentos me desespera no saber qué corre por sus venas. Pero en este grupo muy pronto sentí el afecto, la confianza, la complicidad. No como para echar cohetes, pero sí como para agradecer una experiencia tan cómoda de clase. De hecho, mi mayor problema es que las clases se pasaban volando.
 
Ahora bien... ¿hemos cumplido con el famoso lema clásico del "prodesse et delectare"? (aprender divirtiéndose). Me queda la sensación de que pude haberlo hecho mejor en cuanto al aprendizaje de contenidos de la materia. Por ejemplo, dediqué apenas dos clases a hablar de metodologías de enseñanza de la literatura (filológica y sociocrítica). Y siento que fue poco. También enriquecí las primeras clases con videos de teorías y prácticas educativas innovadoras. Pero también, siento, me quedé a la mitad. Y es que gran parte del curso la dedicamos a ese proyecto colaborativo del análisis de la docencia de la literacidad en Tlaxcala.
 
Hablemos de eso, del proyecto. Mi sueño era cambiar las rutinas de aprendizaje de las alumnas (+ Marti, nuestro único varón). Pasar del sistema de "transmisión del conocimiento" (con lecturas guiadas por el profesor, clases magistrales, toma de apuntes, etc) al modelo de "construcción del conocimiento". Y hacerlo, además, de manera colaborativa.
 
Uno de los riesgos de ese cambio es el nivel de confusión e incertidumbre que puede generar en alumnas no acostumbradas a tomar las riendas de su propio aprendizaje. Y hubo momentos verdaderamente caótico-chistosos, como cuando Areli, al borde de un ataque de nervios, preguntó qué rayos tenía que ver lo que estábamos haciendo con el estudio que había hecho. Pero en general yo diría que hicimos un buen trabajo. En apenas poco más de tres meses cada una de ellas (él) consiguió planear un estudio, llevarlo a cabo, y reportarlo. Y, además, conseguimos sentar las bases de un análisis colectivo y de un documento que recoge (o pretende recoger) lo que aprendimos.
 
No hicimos nada muy bien. Los estudios que hicimos aún distan mucho de ser un análisis riguroso de las realidades escolares. Y el documento que estamos construyendo aún está algo verde (es como si nos hubiera faltado, al menos, un mes más de clase para rematar la faena como Dios y la SEP mandan). Pero lo que más me importaba no era el producto sino el proceso (y aquí ya empiezo a ponerme cursi, me cae).
 
Ahora bien, si me preguntan qué es lo que más valoro de esta experiencia creo que son los "aprendizajes invisibles", como los llama Cobo. Me refiero, por ejemplo, a la cordialidad entre nosotros, a la ética del trabajo escrito constante, a la autonomía en el aprendizaje, a la construcción de relaciones maestro-alumno más cómplices y menos jerarquizadas, al uso constante de la tecnología (GoogleDrive, Blogger, etc.). En fin... una de las clase memorables, creo, fue la del video del profesor japonés a colación del "aprendizaje emocional". Una de las primeras escenas del video narra la entrada del profe en el aula, al inicio del semestre. Nada más llegar sus alumnos rompieron a aplaudir. Y él les preguntó: "¿recuerdan cuál es el propósito de estas clases?" "¿Ser felices! Ser felices!" corearon los niños. Pues eso, creo que algo logramos en ese sentido. Al menos yo.
 
Para el recuerdo quedan los ataques de risa de Estela, las interrupciones entusiastas de Esme, los tacones de Rubí, los despistes de Areli, la cordialidad de Adri (Ra), las miradas irónicas de Adri (Ro), las travesuras de Clau, los gestos de Magui delante de la compu, la ternura de Marti.... en fin, y las pláticas siniestras sobre la muerte, los cafecitos a media tarde, mis bromas confianzudas, las interrupciones de las personas que entraban en la sala sin dar crédito a que estuviéramos dando clase, los líos con el GoogleDrive, las "naranjas educativas", las mesas redondas en las que nadie se daba la vuelta, en fin... la relación de confianza, alegría y respeto construida entre todos. Parafraseando (mal) a Arquímedes, dame una clase así y cambiaré el mundo.
 
Mil gracias. Por todo. ¿Lo ven? sabía que terminaría cayendo en la cursilería.