En el repaso a las diferentes tecnologías de lectura y escritura que han marcado la historia de Occidente (no olvidemos que nada dice de las culturas prehispánicas ni de la cultura China, como si no hubieran existido), Nicholas Carr subraya el impacto que tuvo la aparición de la imprenta, a mitad del s. XV.
Un impacto en dos dimensiones: la social y la cognitiva. La imprenta hizo correr, en sus ríos de tinta, el conocimiento. Lo sacó de la iglesia, la universidad y el monasterio medieval y empezó a circular por los mercados, los palacios y los gremios artesanos. De hecho, su tamaño portátil hizo posible que el hombre pudiera caminar con una tecnología escrita en el bolsillo. Y en este proceso de democratización la lectura y la escritura se volvieron menos controlables, más revolucionarias. No es difícil relacionar la aparición de la imprenta con la división de la cristiandad en diferentes "sectas" (protestantismo, calvinismo, anglicismo), ni tampoco parece casual que la Inquisición cobre importancia en esta época (el Index Librorum Prohibitorum se decreta en 1559). La mujer se suma al acto de leer y, en menor medida, escribir (como Santa Teresa) y se vive una auténtica explosión de la literatura de ficción, cuyo gran best seller será el Quijote.
Pero me interesa ahora comentar a vuela pluma la revolución cognitiva. El carácter más individual, silencioso y abstracto de la escritura en papel impreso potenció las habilidades del pensamiento crítico y conceptual que son la base del desarrollo del Renacimiento y, en realidad, de toda la cultura Occidental. Mientras la lectura medieval era grupal y oral todavía el sentimiento comunitario, la atención al entorno sensorial y la ritualización social de la lectura hacían del libro un instrumento menos intelectual. Con el libro impreso el intelecto se convierte en el eje en torno al cual girará la idea de progreso y todo el mundo querrá sumarse al carro de esta "alfabetización".
Recordemos que en esta época se consolida la institución escolar universitaria y lo hace, como no podía ser de otra forma, de la mano del libro impreso. Por ello no es de extrañar que con el correr de los siglos posteriores la universidad fuera especializando sus saberes y orientando sus procesos de enseñanza y aprendizaje en torno a la cultura impresa. ¿No es posible ver en ello el nacimiento de ese reduccionismo intelectual que denuncia Ken Robinson cuando afirma que en los últimos siglos la escuela ha entrenado sistemáticamente las habilidades verbales y lógico-matemáticas dejando de lado el desarrollo integral del individuo y matando la creatividad? Aquí lo resume en esta divertida plática: